viernes, 1 de marzo de 2013

LOS ORGANOS DE LOS SENTIDOS


Los sentidos: traductores de la realidad        

Los sentidos son las vías de comunicación que tiene nuestro organismo con el mundo exterior. Sin ellos viviríamos en un estado semejante al coma, sin saber lo que pasa a nuestro alrededor. Y también estaríamos en constante emergencia, al no percibir los riesgos que están a nuestro alrededor, ya que los sentidos nos entregan información vital que nos permite relacionarnos con el entorno de manera segura e independiente. Estos avisos se producen por medio de las sensaciones, que son el mecanismo que tiene el cuerpo para procesar todos los estímulos que llegan al cerebro. Estos estímulos pueden llegar en forma de luz, sonido, sabor, frío o calor, dolor u olor.
Los seres humanos poseemos cinco sentidos: la vista, cuyo órgano sensorial es el ojo, y que nos posibilita la visión; la audición, cuya función es captar los sonidos y participar en la función del equilibrio por medio del oído; el olfato, que nos ayuda a percibir los olores a través de la nariz; el gusto, que nos permite distinguir los sabores que llegan a la lengua, y el tacto, cuyo órgano sensorial es la piel, a través de la cual podemos recibir diversas sensaciones.



El olfato: 
El olfato es el más sensible de los sentidos, ya que unas cuantas moléculas -es decir, una mínima cantidad de materia- bastan para estimular una célula olfativa. Detectamos hasta diez mil olores, pero como las estructuras olfativas, al igual que el resto de nuestro cuerpo, se deterioran con la edad, los niños suelen distinguir más olores que los adultos. Además de advertirnos de peligros como el humo y los gases tóxicos o venenosos, el olfato contribuye con el gusto, estimulando el apetito y las secreciones digestivas.
La nariz:
Es el órgano por el cual penetran todos los olores que sentimos desde el exterior. Es un cuerpo saliente del rostro, ubicado entre la boca y la frente, por debajo de la cavidad craneana.

 El olfato está relegado al fondo y a lo alto de la nariz, cuyo interior está constituido por dos cavidades, las fosas nasales, separadas por un tabique. Cada fosa se divide en dos partes: la anterior o vestíbulo, cubierta por una membrana mucosa llamada epitelio olfativo, y la posterior, recubierta por la mucosa nasal, que es donde se encuentran los receptores olfativos que nos permiten captar los distintos olores.

 Cada célula receptora termina en pequeños pelitos, desde seis a 20, llamados cilios. Estos están conectados a columnas de células que sirven de soporte a los receptores del olfato.

Percibiendo los olores:

La parte interna de la nariz está formada por dos paredes: la pituitaria amarilla y la pituitaria roja o rosada.

En la amarilla u olfatoria se encuentran los receptores del olfato, que envían toda la información al bulbo olfatorio, que es donde se recepciona el estímulo, transformándolo en impulso nervioso.

La pituitaria roja o respiratoria, llena de vasos sanguíneos, ayuda a regular la temperatura del aire que entra y sale de los pulmones, entibiándolo.
Es importante saber que para que un cuerpo tenga olor es necesario que sea volátil; es decir, que emita pequeñas partículas químicas que se disuelvan en la mucosidad de la pituitaria.
La intensidad de los olores depende de la mayor o menor cantidad de partículas volátiles emitidas. Los cuerpos provistos de olor se llaman odoríferos, y los que no lo tienen, inodoros.



El tacto:
A pesar de que este sentido es poco considerado en relación con los sentidos catalogados como "importantes", como el de la vista o el oído, el tacto es el primero de los cinco sentidos que se manifiesta ya desde el período de gestación.
El tacto es el encargado de la percepción de los estímulos que incluyen el contacto y presión, los de temperatura y los de dolor. Su órgano sensorial es la piel, que, además, tiene el mérito de ser el órgano más grande del cuerpo.
La percepción de estos estímulos externos se realiza a través de las células receptoras específicas que tiene cada una de estas señales en la piel.
Se estima que en la piel humana existen alrededor de cuatro millones de receptores para la sensación de dolor, 500 mil para la presión, 150 mil para el frío y 16 mil para el calor.

La piel:

La piel tiene como función protegernos contra las agresiones físicas y químicas, ya que es la primera barrera que tenemos para resguardarnos contra las fricciones y golpes, y porque brinda protección contra las infecciones y los rayos ultravioleta. También sintetiza la vitamina D, que es esencial para el crecimiento y la calcificación de los huesos. Gracias a los vasos sanguíneos que la irrigan y a la secreción de sudor, la temperatura de nuestro cuerpo se mantiene constante.
En sí, la piel es una membrana ligera, resistente y flexible que reviste nuestro cuerpo. Su superficie, en un adulto, fluctúa entre 1,5 y 2 metros cuadrados; su peso puede superar los 4 kilos.
Sus zonas más sensibles están en la punta de la lengua, en los labios, en la palma de las manos y la planta de los pies. La piel está compuesta por tres capas de tejido, que, de afuera hacia adentro, son: la epidermis, la dermis y la hipodermis.

La epidermis es la capa externa y visible de la piel; en su parte superior presenta una capa denominada capa córnea, llena de células muertas que contienen una proteína llamada queratina. Esta otorga a la piel su naturaleza protectora, que junto al aceite segregado por las glándulas sebáceas la hace impermeable. En la epidermis se encuentran, también, la melanina, que es el pigmento responsable del color de la piel y el que impide el paso de los rayos ultravioleta.
La dermis es la capa media, responsable de la resistencia y flexibilidad de la piel. En la dermis se encuentran vasos sanguíneos, terminales nerviosas, glándulas sudoríparas y fibras de colágeno que otorgan elasticidad a la piel.
La capa más profunda de la piel, la hipodermis, forma el denominado tejido celular subcutáneo, un manto de tejido adiposo cuya función es ser importante reserva energética, aislante térmico y amortiguador de golpes.

Cabe destacar que la mayoría de las sensaciones son percibidas por medio de los corpúsculos, que son receptores encerrados en cápsulas de tejidos conjuntivos y distribuidos entre las distintas capas de la piel.

La piel permite la percepción de muy finas e innumerables sensaciones, entre ellas las de contacto, presión, temperatura y dolor. Estas sensaciones son producidas por estímulos que llegan a nuestra piel a través de sus células receptoras. Cabe señalar que cada centímetro cuadrado de superficie cutánea contiene unos 500 receptores sensoriales, y que distintos receptores intervienen para las sensaciones táctiles, térmicas o dolorosas.
Los receptores que determinan la sensación de contacto son los corpúsculos de Meissner. Están especializadas en el tacto fino, permitiéndonos captar la forma y el tamaño de los objetos, y distinguir entre lo suave y lo áspero. Se ubican en la zona superficial de la piel, especialmente en la lengua, los labios, las palmas de las manos, las yemas de los dedos y en las plantas de los pies. Estas sensaciones táctiles se agudizan cuando una persona se encuentra a oscuras y, con mayor razón, en las personas no videntes, llamado sentido estere gnóstico (capacidad de apreciar los menores relieves: alfabeto Braille, monedas, etc.).

Los corpúsculos de Pacini:
Son los receptores encargados de percibir el grado de presión que sentimos; nos permiten darnos cuenta del peso y de la consistencia de los objetos, y apreciar si estos son duros o blandos. Están ubicados en la zona profunda de la piel, sobre todo en los dedos de las manos y de los pies, pero son poco abundantes.

Los corpúsculos de Ruffini:
Perciben los cambios relacionados con el alza de temperatura. Es decir, si la temperatura de un cuerpo es mayor que la nuestra -la normal oscila entre los 36° y los 37° C- se origina una sensación de calor.

Los corpúsculos de Ruffini se encuentran en la zona más profunda de la dermis y en la hipodermis, principalmente en las manos y en los pies. En tanto, los corpúsculos de Krause, ubicados en la parte profunda de la hipodermis, son los encargados de registrar la sensación de frío, que se produce cuando tocamos un cuerpo o entramos a un espacio que está a menor temperatura que nuestro cuerpo.
Las distintas sensaciones del tacto son transmitidas por estos receptores (corpúsculos) a la corteza cerebral, específicamente, a la zona ubicada detrás de la Cisura de Rolando.

El dolor es percibido a través de sus propios receptores, llamados álgidos, que son terminaciones libres intradérmicas, distribuidas por todo el cuerpo en el tejido celular subcutáneo y en la parte más profunda de la epidermis. El dolor se produce cuando la temperatura está bajo los 0° C o por sobre los 70° C , cuando hay una presión excesiva o una herida en la piel. Así, cuando las células de la piel son dañadas y, por lo tanto estimuladas, envían un mensaje al cerebro, el cual comienza a segregar endorfinas que actúan como verdaderos analgésicos, bloqueando el dolor.

También forman parte de este órgano llamado piel, los anexos cutáneos: los pelos, las uñas, las glándulas sebáceas y sudoríparas. Los pelos son filamentos flexibles que recubren la piel y que se insertan y crecen a partir de los folículos pilosos. Los pelos contribuyen al aislamiento térmico y protección del organismo, y su distribución depende de factores genéticos y hormonales. Se encuentra en cantidades importantes en el cuero cabelludo, axilas y zona genital.

Las uñas: Son unas láminas duras y semitransparentes, de color blanco-rosáceo, que se ubican en los extremos de los dedos de las manos y de los pies.

Las glándulas sebáceas: son grupos de células especializadas de la dermis que producen y secretan sebo, una sustancia aceitosa que lubrica el pelo y la piel, y la impermeabilizan de sustancias que podrían dañarla. Estas glándulas se distribuyen por toda la piel, pero se concentran en la cara, espalda y zona genital.

Las glándulas sudoríparas: producen un líquido compuesto de agua, sal y amoníaco, denominada sudor, que es secretado cuando el cuerpo necesita perder calor. Estas glándulas se concentran principalmente en las axilas, palmas de las manos, plantas de los pies y cuero cabelludo.


El gusto:
Consiste en registrar el sabor e identificar determinadas sustancias solubles en la saliva por medio de algunas de sus cualidades químicas. Aunque constituye el más débil de los sentidos, está unido al olfato, que completa su función. Esto, porque el olor de los alimentos que ingerimos asciende por la bifurcación Aero digestiva hacia la mucosa olfativa, y así se da el extraño fenómeno, que consiste en que probamos los alimentos primero por la nariz.

Una demostración de esto, es lo que nos pasa cuando tenemos la nariz tapada a causa de un catarro: al comer encontramos todo insípido, sin sabor.
Este sentido, además, es un poderoso auxiliar de la digestión, ya que sabemos que las sensaciones agradables del gusto estimulan la secreción de la saliva y los jugos gástricos.
La lengua:
Es el órgano principal del gusto y también cumple un rol importante en la articulación de los sonidos, la masticación, la deglución y la succión. También tenemos sentido del gusto, aunque en menor medida, en el paladar, la garganta y la epiglotis.

La lengua es un cuerpo carnoso de gran movilidad, ubicado al interior de la cavidad bucal. Su superficie está cubierta por pequeñas papilas, que son de tres tipos. Las caliciformes y las foliadas o fungiformes tienen papilas gustativas, mientras que las filiformes son papilas táctiles y registran la temperatura. Las papilas gustativas son las más importantes, ya que son estas las que nos permiten tener el sentido del gusto.

A pesar de lo que nos pueda parecer, percibimos cuatro sabores: en la parte delantera de la lengua captamos el sabor dulce; atrás, el amargo; a los lados, el salado y el ácido o agrio.
El resto de los sabores son sensaciones, producto de la combinación de estos cuatro, estimuladas por los olores emanados de los alimentos que consumimos.
Papilas gustativas:
El gusto se percibe a través de las papilas gustativas, que se concentran en la mucosa de la lengua y, en menor medida, en el paladar y la faringe.

Las papilas gustativas son pequeños grupos de células conectadas a fibras nerviosas. En su edad adulta el ser humano tienen unas 10.000 papilas gustativas, muchas menos que al nacer; pero, a medida que envejecemos, muchas de estas papilas mueren.

Existen tres tipos de papilas gustativas:
Las calciformes, las foliadas o fungiformes, ambas con función gustativa y las filiformes que tienen función táctil.

Las papilas están distribuidas en forma desigual en la lengua y todas perciben los cuatro tipos básicos de sabores conocidos: amargodulcesalado y ácido. No obstante, algunas papilas reaccionarían con mayor intensidad ante determinados estímulos, de manera que en la punta de la lengua se capta el sabor dulce; el amargo se percibe en la parte posterior, y los sabores salado y ácido o agrio se sienten en los lados de este órgano. El resto de los sabores son sensaciones, producto de la combinación de estos cuatro, estimuladas por los olores emanados de los alimentos que consumimos.

¿Cómo sentimos los sabores?
Los elementos introducidos en la boca son disueltos en la saliva, penetrando las papilas gustativas a través de los poros que hay en la lengua.
Estas células nerviosas poseen en su parte superior unos pelillos que dan respuesta a estas sustancias, generando un impulso nervioso que llega al cerebro a través de uno de los cuatro nervios craneales, glosofaríngeo, vagomandibular y facial. Una vez en el cerebro, el impulso se transforma en una sensación: el sabor.
Cabe destacar que, además del efecto químico que se produce en las papilas y que induce la sensación del gusto, existen otras propiedades del alimento que son de carácter táctil. Estas propiedades tienen que ver con la parte física del objeto; es decir, su tamaño, textura, consistencia y temperatura.
Como respuesta a la combinación de varios estímulos, el ser humano es capaz de percibir un amplio abanico de sabores. La intensidad de un sabor está relacionada con la frecuencia con que se repiten los impulsos nerviosos que se envían a la corteza cerebral.
La vista:  
El ojo recoge las imágenes que nos mantienen en contacto con la realidad. Estas no proporcionan más del 70% de la información que recibimos del exterior.
Para que podamos ver, los rayos de luz entran en las pupilas y se registran en las retinas, en el fondo de los ojos, donde se crean imágenes invertidas. Estas se convierten en impulsos eléctricos, llevados a través del nervio óptico de cada ojo al cerebro, al lóbulo occipital, donde son interpretados.

Las neuronas -células nerviosas encargadas de la conducción de los impulsos hacia y desde el cerebro- que permiten este proceso están ubicadas en la retina y son de dos tipos: los bastones, que contienen un pigmento sensible a la luz y son capaces de discernir lo claro y lo oscuro, la forma y el movimiento; y los conos, que necesitan más luz que los bastones para ser activados.

Los conos son de tres tipos; cada uno contiene un pigmento que responde a diferentes longitudes de onda de la luz -verde, rojo y azul-. La combinación de estas longitudes de onda permite distinguir cada uno de los colores.

Cada ojo ve una imagen ligeramente diferente, pero ambos campos visuales se superponen parcialmente. Esta zona de visión binocular permite la percepción en profundidad, la capacidad para juzgar la distancia de un objeto con respecto al ojo.
Los músculos del ojo responden automáticamente a la proximidad o distancia de un objeto cambiando la forma del cristalino. Eso altera el ángulo de los rayos de luz que llegan y permite un enfoque más agudo sobre la retina. La elasticidad del cristalino disminuye con la edad. Lo mismo sucede con la velocidad y la capacidad de adaptación.
Para su seguridad, los ojos están profundamente hundidos en las cuencas óseas del cráneo. Revistiendo las órbitas oculares, hay una capa de grasa que amortigua los golpes y proporciona una superficie altamente lubricada para el continuo movimiento del globo ocular.

Son seis los músculos que permiten la movilidad del ojo en ocho direcciones distintas y lo sostienen. Cuatro de ellos parten del fondo de la órbita y se dirigen en línea recta hacia adelante -se denominan rectos-. Los otros dos, se insertan en el globo ocular partiendo del contorno de la órbita, moviendo el ojo en sentido vertical, por lo que reciben el nombre de oblicuos.

El globo, de 2,5 centímetros de diámetro, tiene tres capas, llamadas túnicas. La túnica fibrosa exterior tiene dos partes: la córnea, transparente y curvada, y la esclerótica. La túnica vascular media contiene el iris, el cuerpo ciliar -ligamentos que sostienen el cristalino del ojo- y los coroides, cuyos vasos sanguíneos riegan todas las túnicas. La tercera capa, en el fondo, es la retina.

El ojo tiene dos cavidades, la frontal y la del fondo. Las cámaras anterior y posterior de la cavidad frontal están llenas de humor acuoso, un fluido que aporta oxígeno, glucosa y proteínas. La cavidad del fondo contiene un gel claro llamado humor vítreo. Producidas por el cuerpo ciliar, ambas sustancias contribuyen a lograr una presión interna constante que mantiene la forma del ojo.

Los ojos dependen de estructuras accesorias que los apoyan, mueven, lubrican y protegen. Estas son los huesos orbitales -que son los que contienen el globo ocular-, los músculos del globo, las cejas, los párpados, las pestañas y las glándulas y conductos lagrimales. La visión puede ser afectada si cualquiera de estas estructuras está irritada, infectada o mal formada.
La audición:
La audición, junto con la vista, son los sentidos más útiles que poseemos, porque conforman nuestro sistema de alerta primario frente a situaciones del entorno potencialmente peligrosas. Además, ambos sentidos se apoyan mutuamente, de modo que cuando uno de ellos baja su rendimiento, el otro se agudiza como forma de compensación.
El oído es el órgano de la audición, y es responsable de generar las percepciones auditivas. También es esencial para el equilibrio u orientación espacial.

Se divide en tres partes: el oído externo, el oído medio y el oído interno.
El oído externo tiene como función trasmitir las ondas de sonido al oído medio y proteger todas las estructuras. Está constituido por el pabellón de la oreja o aurícula y el conducto auditivo externo. El primero es la parte visible del oído. Tiene la forma de un repliegue de tejido cartilaginoso recubierto de piel, y está inserto en la base del cráneo.

 El conducto auditivo externo: es un tubo de unos 2,5 centímetros que termina en el tímpano; por dentro, el conducto está recubierto de piel y contiene pelos y glándulas que secretan cerumen, sustancia que impide el paso de partículas extrañas al interior.

El oído medio, o caja timpánica: es una cavidad llena de aire que está entre el tímpano y el oído interno, y cuya función es transferir las ondas sonoras al interior. La caja timpánica alberga tres huesecillos móviles: el martillo, el yunque y el estribo, llamados así en razón de su forma.

Estos huesecillos auditivos actúan unidos, amplificando las vibraciones desde el tímpano al oído interno. De la parte inferior del oído medio emerge un conducto llamado Trompa de Eustaquio, que se conecta con la faringe y permite la entrada y salida de aire del oído medio, realizando una función ecualizadora; es decir, equilibra las diferencias de presión entre este y el exterior.

El oído interno: está compuesto por un complejo sistema de cavidades membranosas y óseas, ubicadas en la parte más interna del hueso temporal. Contiene el centro auditivo, emplazado en el caracol o cóclea, y el control del equilibrio, que depende de estructuras ubicadas en el vestíbulo y en los canales semicirculares.

El interior del caracol está dividido (en sentido longitudinal) por la membrana basilar y la membrana de Reissner, las cuales forman tres cámaras o escalas: la escala vestibular, la timpánica y la media.
La escala vestibular y la timpánica contienen un líquido llamado perilinfa. Por su parte, la escala media se encuentra aislada de las otras dos escalas y contiene otro líquido, la endolinfa. En el interior de la escala media y sobre la membrana basilar se encuentra el Órgano de Corti, encargado de transmitir las ondas sonoras al cerebro; contiene células de apoyo y miles de células ciliadas sensibles. Cada una de estas células tiene hasta unos cien cilios o pelillos, que traducen el movimiento mecánico en impulsos eléctricos.

Los canales semicirculares, que controlan el equilibrio, son tres surcos óseos que forman ángulos rectos entre sí. El fluido de los canales ayuda a registrar hasta el movimiento más ligero de la cabeza: los movimientos circulares o de rotación, a través de la cresta acústica, que es una ampolla de células ciliadas presente en cada canal; y el control de la posición de la cabeza en relación al suelo (arriba-abajo), gracias a una mancha sensorial llamada mácula, contenida en ambos sacos del vestíbulo, el utrículo y el sáculo.
Como señalamos antes, los oídos son los órganos que tienen que ver con la audición y con el equilibrio. Las estructuras de estas dos funciones se encuentran en zonas separadas del oído interno.
La audición es la percepción de las ondas sonoras que se propagan por el espacio. Estas ondas son captadas, en primer lugar, por nuestras orejas, que las transmiten por los conductos auditivos externos hasta que chocan con el tímpano, haciéndolo vibrar.
 Estas vibraciones generan movimientos oscilantes en la cadena de huesecillos del oído medio (martillo, yunque y estribo), los que son conducidos hasta el perilinfa del caracol. Aquí las ondas mueven los cilios de las células nerviosas del Órgano de Corti que, a su vez, estimulan las terminaciones nerviosas del nervio auditivo. O sea, en el Órgano de Corti las vibraciones se transforman en impulsos nerviosos, los que son conducidos, finalmente, a la corteza cerebral, en donde se interpretan como sensaciones auditivas.
El equilibrio es lo que permite que nuestro cuerpo mantenga una posición estable en el espacio. Los centros nerviosos que controlan esta función se ubican en el cerebro y obtienen la información -sobre la situación en que se encuentra el cuerpo- de las estructuras nerviosas que están en el aparato vestibular.
Estas estructuras son las máculas y las crestas acústicas, ubicadas en los conductos semicirculares, y cuyos cilios se mueven en una u otra dirección según la posición que adopta nuestra cabeza. Los movimientos de los cilios se traducen en impulsos nerviosos que son conducidos por el núcleo coclear, y posteriormente por el nervio auditivo, hasta el cerebro.





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